jueves, marzo 11, 2010

XI. El sueño

(Maricela Guerrero)

Faltaban sólo 48 horas para que el plan fuese llevado a cabo, teníamos un poco de miedo y algunos asuntos que resolver todavía. A partir de ese momento ninguna podía echar marcha atrás, ninguna podía poner en tela de juicio el hecho de que éramos nosotras quienes los queríamos tanto y mucho menos que éramos nosotras quienes llevaríamos a buen término nuestro plan que culminaría con el cumplimiento de todos los sueños y fantasías que alrededor de aquellos hombres habíamos armado.

   Lo del Yuppi estaba listo, él mismo nos había dado la fecha, la hora y la coartada; por él no tendríamos que preocuparnos por lo menos durante las próximas 3 semanas en que tenía planeado el viaje a las Costas Caribeñas. El viernes a las cinco de la tarde citó a Karenina en su departamento para lo de su despedida.

   La camarada Bovary sería el enlace con el joven A. a quien invitaría a tomar un café por la tarde del sábado, en el que conversarían de un proyecto que la Bovary traía entre manos. Mientras que la camarada Karenina, tendría que hacerle una llamada esta misma tarde al hombre Bovary para citarlo a una junta en la que le propondría un importante proyecto literario, justo el lunes por la tarde.

   Hasta este punto todo iba viento en popa.

   Mis vacaciones se iniciaban cinco horas antes de echar a andar el plan.

   Bovary y Karenina tendrían tiempo suficiente para presentar renuncias el lunes por la mañana antes de concluir con la primera parte del plan, la segunda parte después de aquello se nos ponía de bajadita.

   La mañana del viernes amanecí con un dolor de cabeza y la sensación de haber tenido un sueño. La sensación de extrañeza que queda después de un sueño extraño. No les comenté nada cuando nos vimos por la tarde, antes de dar inicio a todo. No quería echar a perder nuestro optimismo ni nuestro plan.

   Viajaba entonces en un automóvil, tenía que llegar a tiempo a una cita en el centro de una ciudad que sólo se mostró como una ciudad medieval de piedra. En un mapa mental que yo tenía dentro del sueño, sabía que la cita se encontraba en un edificio al doblar la esquina de la avenida principal del centro de aquella ciudad. Sólo que algo salió mal y es que en el mapa mental yo no tenía la más puta idea de los sentidos de las calles de aquel centro de aquella ciudad; di mal una vuelta y ya estaba fuera del centro, peor aún, yo sabía en la conciencia del sueño que aquella operación se había repetido en constantes ocasiones, de modo que cuando decidí bajarme del coche y estacionarlo  cerca de la calle de la cita, habían transcurrido más de 5 horas y ya nadie esperaba en aquel edificio. Las calles del centro de aquella ciudad medieval estaban inundadas, oscuras y frías; mientras que mi conciencia dentro del sueño se burlaba socarronamente y me decía "te lo advertí, pero tú nunca haces caso".



Ellas, las señoritas del XIX, no se enteraron de esto, sino hasta varias semanas después de que todo pasó.

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