viernes, marzo 31, 2006

III. La del Barrio

(Maricela Guerrero)

He de confesar que cuando saqué el papelito del vaso y descubrí que el nombre, bajo el cual se encontraría escondida mi identidad y la de mi ser amado, sería "Paquita la del Barrio" no me puse a brincar de felicidad precisamente. Está bien, Paquita, me hace reír, hasta me cae bien pero no fue mi idea incluirla en la lista, ni imponer la regla de que “el primero que salga y no se vale escoger”. El asunto se calmó un poco cuando decidimos que sólo llevaríamos los apellidos de las interpeladas y que por ningún motivo dejaríamos entrever a partir de ese momento nada que comprometiera nuestra verdadera identidad. Cuando sí reclamé fue después de que decidieron que mi amado sería llamado "El inútil" en completa alusión a la rola más famosa de la cantante. Entonces sí me puse un poco altisonante y combativa, creo que exclamé algo así como: "ni madres, aquél todo lo que quieran, menos inútil". Entonces me dijeron “¿y cómo quieres que lo llamemos?”, después de mucho pensarlo y pensarlo y descubrir que llamarlo "El del Barrio" o "Cheque en blanco" era un poco complicado e impráctico decidí que sólo lo llamaríamos "el Joven A". La Bovary y la Karenina aceptaron después de mofarse un poco con eso del "joven A del barrio en blanco", ya saben cuando las dos heroínas de la literatura del XIX se juntan para hacerle imposible la vida a una bohemia del XX, no hay quien las pare.


La historia del Joven A. es una historia la mar de emocionante. Nos conocimos en un concierto. El Joven A. es amigo de mucho tiempo ha de La Bovary, así que cuando lo conocí lo primero que hice fue jalar a La Bovary y decirle que su amigo estaba muy guapo. La Bovary me miró estupefacta y dijo: ¿en serio?. Es preciso aclarar una cosa: la amistad entre la Bovary y yo se ha mantenido intacta casi desde que nos conocimos porque casi nunca coinciden nuestros gustos en lo que a hombres se refiere y si en algún momento llegamos a suspirar por el mismo caballero, todo lo decide el interfecto o un mutuo y previo acuerdo entre las partes, es decir la Bovary y yo, o un volado.


Total que lo veo, nos presentan, el Joven A. de lo más arrogante, la palabra coloquial que vino al caso fue: mamón, y bueno no iba a ser yo quien sucumbiera entonces a sus encantos que, a pesar de lo que dijesen las heroínas del XIX, eran demasiados. No sucumbiría entonces, porque me gustó tanto tanto que inmediatamente lo coloqué en el cajón de los imposibles para evitarme un descalabro amoroso en el futuro, pero si tiene que pasar, pasa. Y que me descalabro.


Está por demás escribir que por aquella etapa de mi vida lo estaba pasando muy cool y chévere. Por entonces salía con quien quería y hacía lo que quería con los que salía; nada de involucramiento, nada que sonara a romance, eso sí todo muy amistoso, muy civilizado. Esa misma noche en que conocí al Joven A. apareció un muchacho H, con quien bailé toda la noche y que más tarde me acompañó a la casa. Yo le dije a La Bovary que si quería podían ella y sus amigos continuar la parranda en mi cantón, que pa' eso estaba. Me dijo, no. Nos vamos a ir cada quien para su casa o algo así. Así que el joven H y yo nos enfilamos a mi casa, pensando ambos que éramos mozuelos. Y que los escarceos y la alegría, esas cosas de las mocedades y los ríos. Ding dong (pese a todo el timbre de la casa es muy tradicional) que suena, ¡ding! ¡dong! muy musical. Por supuesto la Bovary y comitiva a la puerta, entre la comitiva se hallaba el Joven A.


Como nunca me ha gustado ser mala anfitriona, puse música, saqué un poco de ron que estaba guardado, un poco de pan, jamón y mayonesa y les dije: se quedan en su casa. Y pues que el joven H, me esperaba en la recámara. Hasta aquí el día en que conocí al Joven A. y al joven H.


Parrandas de fin de semana más o menos y que el Joven A. y yo nos volvemos a encontrar cuatro semanas después. El coqueteo fue suyo, las insinuaciones también. Luego había otra muchachita por ahí medio volada y como yo presentía lo del descalabro me hice a un lado, pero un poco y sin quererlo el hombre insistió con lo del coqueteo, hasta que llegó la hora de la despedida. Me despedí de todo mundo y muy correctamente. Cuando llegó su turno él me besó, y presintiendo el descalabro le dije: "no juegues, no inventes" directamente a los ojos. Él me dijo, quiero estar contigo, yo te voy a buscar o tú me vas a buscar y hasta entonces voy a recordar esto que estoy sintiendo ahora que me acaricias el brazo.


Baste decir que salí derretida por debajo de la puerta de aquel departamento y que esperé y esperé tres semanas con tres días exactos a que el Joven A. llamase a mi casa. Y así empezó todo.Cuando la Bovary nos convocó a la reunión, el Joven A. llevaba desaparecido sin una sola explicación más de dos meses y una semana, sin decir agua va, sin ningún enojo de por medio y sin que otra mujer estuviese mediando en el asunto. Así que cuando nos dispusimos las del XIX y yo a planear llevar a buen término todo aquello, me encontraba completamente decidida a invertir en ese asunto todo lo que fuese preciso con tal de que el Joven A. se quedase cerca.


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