viernes, marzo 31, 2006

VII. El prolegómeno necesario

(Tania Espinosa)
No se puede culpar a la bebida —habrá que decir— sobre lo que nos ocurrió. Si bien la amistad con estas dos mujeres comenzó por la borrachera, para ser exactos en el Bar La Camelia después de varias cervezas Indio y puesta en la rockola: “¿Cómo te voy a olvidar?” de los inigualables Ángeles Azules, seguida de “…sombras nada más, entre tu vida y la mía, sombras nada más entre tu amor y mi amor. Pude ser feliz y estoy en vida muriendo, y entre lágrimas viviendo este drama final…”, la próxima Paquita La del Barrio se levantó y comenzó a cantarla a grito pelón, haciendo gala de su próximo sobrenombre y, como después sabríamos, lo seguiría haciendo cada vez que la tercera o cuarta cerveza hiciera su efecto en nuestra amiga. La Karenina y yo, que hasta ese momento no nos conocíamos, empezamos a sentir cierta complicidad al experimentar al mismo tiempo pena ajena por aquella mujer trovadora, bohemia y borracha. La amistad comenzó con una mirada discreta de las dos. Luego vimos alrededor nuestro y, efectivamente, querido lector, éramos las únicas mujeres solas en aquel bar. La Karenina dijo algo así como “Hey…, ya está la siguiente ronda”. Y La del Barrio se sentó. Brindamos viéndonos a los ojos a cada ¡Salud!, ya se sabe que si no se hace son siete años sin orgasmo. La Karenina (después nos confesamos), llevaba tres meses, La del Barrio seis y yo ¡Bendito dios! sólo dos días. Vaya, que no queríamos que nos aconteciera tal desgracia. Comenzamos a platicar sobre nuestros gustos, manías y virtudes y a las tres nos quedó claro una cosa aquella tarde de alcohol: que eso de “quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre, toda verterla a tus pies…” lo entendíamos a la perfección.
Sí, la amistad iba a durar por mucho tiempo.

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